Alguna vez me topé con la muerte en un hotel, me recuerdo subiendo los escalones de este hotel plagado de chinches, crujidos, goteras y rechinidos de cama acompañado de raquíticos orgasmos de los visitantes a este lugar; y no es que fuera un lugar feo, en algún momento debió tener un aspecto lo suficientemente presentable, pero ahora a las 10 de la noche lucía tan lóbrego como la situación que me tenía deparada esa noche.
A punto de dar el paso para subir el último escalón que me daría pie al pasillo rumbo a mi habitación y haciéndome a la idea de que el frío de aquella noche evitaría que pudiera pegar el ojo, mi mirada se desvió al pensar en regresar por una bebida y una cobija extra a la habitación de servicio; fue entonces que en la fuente que estaba al centro del patio del lugar vi a la muerte, su manto que no capucha resplandece en varias zonas a la luz de la Luna y de las estrellas, sus manos son claras y delgadas sí, pero nada que asemeje a una calavera, al contrario es una figura totalmente atractiva a la vista, y entonces sin percatarse de mi presencia esta figura avanzó etérea y se postró a la entrada de una de las habitaciones, sacó un pequeño frasco que parecía estar hecho de cristal, aunque tan fino y brillante como su portadora, y así con este en la mano comenzó a entonar una canción, la cual hizo que mi pesadez por el día laborado se desvaneciera a cada nota cantada, tanto así que empecé a sentir mi cuerpo a punto de caer del escalón, era una melodía cálida y aún así paralizó de frío mis extremidades, y fue entonces cuando vi como una figura líquida salía de la habitación de servicio, era Petra la encargada, quien ahora exhibía su desnudez y al vals de la melodía se acercó a la intérprete y con un giro lento y dancístico entró en la botella, al tiempo en que mi cuerpo caía pesado por la escalera; sin ser capaz de retomar el equilibrio, mi cuerpo se dirigía hacia abajo cuando un frío extraño me recorrió, relajando cada músculo que estuviera intentando frenar mi caída, era ella que sin ninguna delicadeza me tomó por el pecho y me regresó al lugar de partida.
Sus ojos ambarinos me devolvieron una mirada de asombro, y no quiero imaginar la que le brindé yo a esos ojos ancestrales que me mostraron las catástrofes acaecidas a lo largo de la historia y como ella con amor guardó a aquellos que murieron atacando al enemigo, por enfermedad, por un sinnúmero de descuidos fatales o en el mejor de los casos la vejez que nos pisa los talones día a día, escuché millones de cantos, todos diferentes y todos al mismo tiempo y entonces me dí cuenta que ella miraba dentro de mi también; traté de hablar pero al tiempo ella me calló con su mano gélida sobre los labios diciéndome con los ojos lo que esperé me dijera alguna mujer al oído y entonces sin decir nada más se fue... muda para mi; y desde entonces cada que siento frío sé que ella guía mis pasos, tratando de calmar mi ansiedad imprudente de verla, porque un suicida nunca escucha la canción, solamente deja de escuchar y es aquél que vagará por siempre entre los vivos sin ninguna pena o sufrimiento, solamente con la ignorancia del que se sabe aún vivo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario