Doña Chuya pasaba las tardes jugando a las cartas, con sus dientes chuecos, sus tetas separadas y caídas, su risa estridente y fumando a diario un "cerote" como ella llamaba a los puros.
Todos los niños de la cuadra gustábamos de acercarnos a su mesa de juego, ya que Chuya tenía la costumbre de abrir las piernas y mostrarnos su entrepierna peluda. Nosotros apenas concientes de nuestros cambios hormonales, veíamos con lujuria sus vellos púbicos, antes de que el padre Diego, siempre jugando en la mesa, gritara: ¡Chuya por el amor de Dios! Y esta, soltando senda carcajada mostraba los pocos dientes que le quedaban y se cerraba el faldón con un movimiento que mostraba por medio segundo un poco más.
Todos los pequeños, dedicamos varias noches de fricciones lascivas en su honor.
-Aleck Corpus-